Cámara, acción, luz

Experimentar con formas, colores, texturas, y hasta con luz. Leticia Paolantonio coordina Arte Andarín, y va a estar dirigiendo «Mi primera muestra de arte», que arranca este lunes en Espacio Enjambre. Acá, cuenta cómo hacer unas muy divertidas cajas de luz para jugar con objetos transparentes y opacos.

Me encanta hacer nuevos materiales para mi taller, probarlo con chicos de distintas edades, ver sus reacciones.

En este caso, para una sala de dos que está trabajando lo opaco, lo traslúcido y lo transparente, estuve investigando y armé unas cajas de luz, caseritas, para jugar a ver en la oscuridad, apoyando objetos y viendo como traslucen, qué pasa cuando se superponen. Es ideal para mirar gemas, objetos de plástico transparente como bases de botellas (las verdes), collares, objetos de mimbre, papel celofán, hojas de plantas y todo lo que se nos pueda ocurrir.

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También se puede dibujar con sombras, tirando un poco de arena encima y jugando a hacer líneas con el dedo. Lo mismo puede experimentarse con espuma de afeitar.

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Para armar la caja, la manera más simple que encontré es conseguir una que tenga tapa transparente (puede ser un contenedor plástico de esos grandes). Forrar por adentro con papel aluminio y poner adentro una luz de emergencia de leds. Esta opción, aunque no es la más barata, es la más segura porque no va conectada a electricidad.

Pruébenla ¡no van a poder parar!

#ContraLosEscritores

 

El martes 16 de agosto a las 20:30, en el Teatro del Globo (Marcelo T. de Alvear 1155, CABA), vas a poder participar, GRATIS, de “Contra los escritores”, un show con formato televisivo en el que más de 20 famosos (actores, músicos, futbolistas, periodistas, artistas, científicos y casi ningún escritor) van a jugar, leer y deformar a Gombrowicz.

Para financiar esta movida cultural independiente armamos una campaña de financiamiento colectivo. Pueden acceder desde acá. Se van a divertir.

¿Para qué necesitamos la plata? Para pagar el alquiler del teatro y los equipos, los honorarios de los técnicos e imprimir los programas. ¿Nuestros trabajo? Ad honorem. ¿La presencia de los famosos? Con toda la buena onda y sin cobrar un peso.

Todo esto es la excusa para lanzar “El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina“, un libro con 37 artículos inéditos sobre él. El libro se puede descargar de manera libre y gratuita.

Quién es Gombrowicz

Witold Gombrowicz fue un escritor polaco que llegó a Argentina en 1939. Tenía un humor ácido, conductas insolentes y una vida sexual escandalosa que causaron revuelo en el ambiente literario argentino, y lo convirtieron en el referente de una vanguardia. Cuando volvió a Europa, dos décadas después, lo hizo al grito de “*Maten a Borges*”.

Desde el Congreso Gombrowicz queremos que su obra y su vida salgan a la calle, porque creemos que todos podemos leerlo y sentirnos interpelados por sus palabras.

Quiénes somos

El evento es un proyecto de la asociación civil Grupo Heterónimos, organizado por el Congreso Gombrowicz y producido por UnaBrecha. Forma parte de una serie de acciones que tienen como principal objetivo instalar la idea de que no hay autores “difíciles”, que cualquier persona puede acercarse a la literatura y disfrutarla de maneras muy diferentes, a veces para nada tradicionales.

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Volver a ser niño: la magia del arte para jugar

«El arte para jugar nos invita a acercarnos al arte desde un lugar menos convencional, a abandonar sólo la mirada, a animarnos a jugar, a “poner el cuerpo” y dejarnos llevar; a volver, por un momento, a la infancia y aprestarnos al disfrute lúdico junto a los más pequeños.»  Por acá, les dejamos un texto de Natalia Encinas para el diario Los Andes acerca del arte lúdico y sus alcances.

Las formas de abordar la relación entre juego, infancia y arte son diversas. Nos interesa, aquí, acceder a un espacio quizás menos explorado denominado “arte lúdico”: instalaciones, piezas, que remiten a la experiencia del juego y con ello a la infancia, en tanto proponen la interacción del público –a través del cuerpo y su acción sobre, en o dentro de las mismas obras-, contacto a través del cual la obra adquiere su sentido pleno.

Se trata de una categoría cuyos antecedentes podemos reconocer en la obra de artistas que durante 1960 y 1970 recurrieron a algunas reglas o pautas lúdicas para la creación artística.

En la actualidad, el arte contemporáneo, de fronteras desdibujadas entre las distintas tradicionales y la apertura hacia nuevas concepciones de la obra de arte, permite el despliegue el “arte lúdico”, que tiene representantes en distintas partes del mundo. En Argentina, la artista plástica mendocina Silvia Bove es una de las precursoras en este tipo de obras y con sus exposiciones ha recorrido distintos museos del país. A ella se suman otras artistas locales que incursionan en la creación de obras de arte para jugar como Patricia “Pata” Luján Williams.

El arte para jugar nos invita a acercarnos al arte desde un lugar menos convencional, a abandonar sólo la mirada, a animarnos a jugar, a “poner el cuerpo” y dejarnos llevar; a volver, por un momento, a la infancia y aprestarnos al disfrute lúdico junto a los más pequeños.

Lo lúdico en el arte

El filósofo George Gadamer abordó en un uno de sus libros, dedicado al pensamiento estético, la relación entre arte, juego y fiesta. “El juego es una función elemental de la vida humana” afirmó contundente, señalando que es imposible pensar la cultura humana sin un componente lúdico. Gadamer entiende al juego como movimiento y advierte que siempre el jugar exige un “jugar-con”; del juego “se participa”, no meramente se contempla.

Así, señala que el arte es un juego en el que todos participamos, no hay una separación inicial entre la obra y quien la experimenta. El arte sería entonces “un proceso de construcción y reconstrucción continuas. La obra es producto del juego, deja siempre un espacio de juego que hay que rellenar”.

A partir de estas reflexiones sobre el elemento lúdico que formaría parte de todo proceso de creación artística, podemos pensar en algunos artistas que durante los ‘60 y ‘70 fueron “más allá” e incorporaron explícitamente algunas pautas lúdicas para la creación artística, proponiendo al público un rol activo, diferente al de la contemplación o mera expectación de la pieza. Adentrándose en instalaciones, tocando objetos estéticos que a partir de su acción cobran movimiento, ingresando y haciendo participar al cuerpo en piezas escultóricas, estas obras se constituyen en función de la interacción con su receptor. En dicho movimiento, en ese “participar” es que el sentido del juego, las referencias a lo lúdico, aparecen de forma explícita. La obra ya no está ahí para ser contemplada sino, fundamentalmente, para participar de ella. Aquí podemos rastrear la base del “arte lúdico” contemporáneo que, decididamente, remite e invita a lo lúdico en su sentido más literal y radical.

Silvia Bove, artística plástica mendocina que ha estudiado en profundidad el tema, nos ayuda a reconstruir la historia de los antecedentes de esta categoría. La “documenta” es una de las exposiciones de arte contemporáneo más importantes del mundo y en su edición número 5 de 1972 le otorgó un espacio trascendental al juego. Los Happenings (en los que la acción del público dirigida por el artista es central a la obra), el grupo Fluxus (cuyos integrantes se declararon contra el arte comercial y la separación entre artistas y espectadores y propusieron un arte “entretenido”), la obra “La Menesuda” de Marta Minujín y Rubén Santantonín (Instituto Di Tella, 1965), la Bienal de Venecia de 1970, el artista mendocino Marcelo Santángelo, las “obras penetrables” del artista Soto Jesús Rafael, el GRAV (Grupo de Investigación de Arte Visual) que integró Julio Le Parc en la década del ‘60 en Francia (grupo que propuso una experimentación óptica, cinética y táctil de los objetos), son algunos de los antecedentes que la artista le reconoce al “arte lúdico” actual.

Es interesante destacar las producciones de dos artistas mendocinos. Julio Le Parc, aunque sus creaciones hayan tenido lugar en el exterior, nos referiremos a una experiencia puntual: las “Sala de Juego” (Salle de Jeux) que el artista llevó a cabo desde la década del ‘60. Por esos años Le Parc creaba obras cinéticas –algunas con y otras sin motor- en base al principios de la participación física del espectador para generar movimientos. “Se trataba de juegos con elementos para manipular”, señala el artista al respecto en su página web.

No queremos dejar de detenernos, en este recorrido hacia el “arte lúdico” contemporáneo, en las experimentaciones de Marcelo Santángelo, quien aunque no nació en Mendoza, se desarrolló aquí como artista. Hacia 1964 Santángelo llevó a cabo una serie de pinturas de módulos intercambiables cuyo objetivo era también la participación activa y física del espectador en la construcción de la obra.

Estas experiencias estéticas rompen con la tendencia preponderante de la obra para ser contemplada, de algún modo la “desacralizan” y cambian radicalmente su estatus y el del público. A partir de allí, en múltiples expresiones, a través de diversos autores y propuestas, el arte nos invita frecuentemente a jugar con él.

Arte contemporáneo para jugar

«En la actualidad tienen lugar en distintas partes del mundo experiencias que proponen definitivamente un “arte lúdico”, que convocan a los espectadores –tanto niños como adultos- a jugar con las obras, sumergirse en ellas, tocarlas, moverse dentro de las mismas».

Se trata de piezas que además, generalmente, remiten desde lo formal, los colores y lo material, a lo lúdico. El artista brasileño Ernesto Neto es uno de los referentes internacionales en esta categoría. Él crea grandes esculturas con materiales blandos como telas, redes y cuerdas, construidas para que el público las experimente corporalmente. En febrero de este año el Museo Guggenheim Bilbao presentó la muestra Ernesto Neto: El cuerpo que me lleva, una retrospectiva dedicada a sus instalaciones de gran tamaño cuyas imágenes pueden verse –e incluso recorrerse virtualmente en internet.

Otra caso es el Martin Creed es un artista británico que ha realizado una serie de instalaciones con globos o pelotas dentro de un espacio físico propuesto para ser recorrido por el público. Las pelotas remiten al juego, al movimiento, otorgándole a las instalaciones un interesante sentido lúdico.

En tanto que la artista Nike Savvas también realiza impactantes instalaciones con pelotas suspendidas, creando con ellas propuestas artísticas que también recuperan el sentido del juego.

Aunque estas obras no se dirigen particularmente al público infantil, por su revalorización de lo lúdico podríamos decir que recuperan y remiten a la infancia a través de uno de sus aspectos característicos como es el juego.

Objetos artísticos lúdicos: la experiencia local

Silvia Bove es artista plástica e indaga desde la investigación las relaciones entre arte y juego, las que aborda también a través de la producción con su proyecto “Arte y juego: estimulación artística” en el que crea objetos lúdicos de estimulación artística para ver, tocar, crear y jugar.

Silvia es una apasionada de la temática, a la que ha dedicado muchas de sus energías y creatividad, convirtiéndose en una de las referentes del “arte lúdico” no sólo de la provincia sino también del país. La artista cuenta que llegó a estas piezas por diversos caminos: “A mí el arte me cambió la vida, me hace feliz, me divierte, me apasiona y esas sensaciones intento transferirlas al espectador, que sienta igual o más que yo. El medio que utilizo es el juego, que es universal a todos los seres humanos. Investigué para mis piezas con diversos materiales hasta dar con la tela y sus diversas posibilidades expresivas. Apelo a formas simples recurriendo a un modulo de repetición, el punto la línea y el plano como elemento geométrico de construcción artística, fabricando aros, cilindros formas blandas rellenas con diversos materiales, algunos más pesados como la lana, otros más livianos como el vellón, otros como micro esferas de telgopor. El espacio participa de la obra, ya que es una instalación artística donde el espectador trabaja distintas acciones tales como encastrar, enhebrar, tramar, tensionar, liberar el peso corporal, estar adentro o afuera del objeto, moverlo por el espacio, modificarlo individual o colectiva e ilimitadamente”, explica. Sus obras son de grandes dimensiones, ocupan el espacio horizontal y verticalmente, algunos objetos tienen ruedas, en otros la artista utiliza soportes rígidos, las piezas poseen diversas texturas, pesos, formas. Los colores son vibrantes, plenos, e invitan a las personas a zambullirse en ellos.

Silvia explica que sus obras lúdicas están pensadas para todo público, pero que son sobre todo los niños los más permeables a jugar: “Los chicos poseen las condiciones naturales para tomar contacto sin intermediarios, pero los objetos lúdicos están pensados para todas las edades, incluso los adultos, y aspiro en cada nueva construcción a que niños y adultos trabajen en simultaneidad y, de ser posible, colectivamente con otros que comparten el espacio. Lo que les pasa a los niños cuando se enfrentan a mis trabajos es algo maravilloso y a la vez natural, en muy pocas ocasiones media una explicación, simplemente se zambullen en el universo lúdico y construyen y de- construyen espacios, historias, momentos, y acciones que nunca se repiten. A los adultos les cuesta más tomar contacto con los elementos, hay que invitarlos a romper el espacio virtual, pero finalmente ellos en como los niños se involucran, logran interactuar y la relajación y el intercambio entre abuelos y nietos, padres e hijos, hermanos, amigos o familia en general se produce”.

Patricia Luján Williams es otra de las artistas locales que ha incursionado en esta categoría a través de un happening –que realizó en dos ocasiones y planea volver a llevar a cabo- al que denominó “Mansa Pata” y que tiene como principales destinatarios a los niños. “Esta exposición surgió de una muestra plástica para chicos que después se transformó en objetos y mundos tridimensionales. El formato de la exposición va a ir variando siempre ya que voy a seguir trabajando con intervenciones multidisciplinarias para los chicos. Algunas de las obras son: un mundo fluo con personajes, planetas y objetos para tocar, mover y hasta almohadones para jugar. Otra, son tachos intervenidos con imanes gigantes para que los chicos puedan armar sus propios cuadros/mundos usando los personajes de mis cuadros. La idea es siempre que haga un evento varíen los disparadores creativos, los objetos que motivan a los chicos a que creen”, detalla Patricia. Sus piezas también “estallan” de color y con materiales blandos y maleables también convocan a la experimentación.

En cuanto al lugar que ocupan este tipo de obras en el arte contemporáneo y en nuestro país en particular, Silvia Bove reflexiona: “Arte y juego como concepto de arte contemporáneo no es nuevo, pero sí poco explorado y es necesario la participación de muchos artistas para naturalizarlo. El concepto de arte lúdico en la actualidad integra diversas disciplinas y lenguajes estéticos, teatro, danza, objeto, literatura, música, entre otros. Pienso que en Argentina nos queda un largo camino por recorrer, muchos lo ven como peloteros artísticos, y eso me da a entender que se subestima al juego o se lo separa del arte. En otros lugares del mundo desde hace varios años existen espacios destinados exclusivamente al arte y al juego en museos, centros culturales, hoteles, plazas…”.

En todo caso, la invitación está hecha. El arte propone, ya no sólo a contemplarlo, sino jugar con él, volver a la infancia, revalorizar lo lúdico y animarnos a renovadas experiencias estéticas.

El arte es vital en el desarrollo de los niños

«Así como comer, dormir o caminar, el arte se vuelve en una parte esencial de la vida del niño. No solo porque se desarrolla de manera natural o innata desde que es muy pequeño, sino porque, a medida que va creciendo, lo sensibiliza y le permite desarrollar un criterio propio y conocer diferentes puntos de vista.» Karen Johana Sánchez escribe sobre arte e infancia y destaca la importancia de sus aspectos lúdicos. El texto completo, por acá.

Disfrazarse, cantar, bailar, pintar paredes son para un niño expresiones artísticas. Con ellas demuestra lo que siente, piensa y sueña.

Si quiere saber la forma de comprender el mundo por parte de un niño de dos o tres años, hay que ver los dibujos que hace. El dibujo es como una fotografía de lo que le está pasando en ese momento.

Con esta reflexión, Carlos Mauricio Galeano, coordinador del programa de primera infancia del Instituto Distrital de las Artes (Idartes), explica la importancia de la expresión artística en la primera infancia.

Así como comer, dormir o caminar, el arte se vuelve en una parte esencial de la vida del niño. No solo porque se desarrolla de manera natural o innata desde que es muy pequeño, sino porque, a medida que va creciendo, lo sensibiliza y le permite desarrollar un criterio propio y conocer diferentes puntos de vista.

“El arte es una de las expresiones naturales del bebé y el niño. Lo que los adultos entendemos como lenguaje artístico, es innato en ellos; pueden bailar, cantar, pintar, hacer una muestra que eventualmente es una imitación cercana al teatro. Es una posibilidad de expresión”, agrega Galeano.

Con esta van construyendo nuevos sentidos, prueban teorías y generan ciertas hipótesis de cómo ven y comprenden el mundo; también ayuda a la madurez del niño en sus diferentes etapas. “El arte facilita la interacción social y la optimización de algunas habilidades comunicativas, cognitivas y emocionales”, agrega Sandra Patricia Argel, asesora del programa de atención a la primera infancia de la dirección de artes del Ministerio de Cultura.

Otro punto importante es cómo se reconocen a sí mismos y, así, comienzan a comprender al otro. Según María Francisca Roldán, coordinadora del programa infantil y juvenil de formación artística de la Facultad de Artes de la Universidad Javeriana, “a través del arte el niño toma conciencia de emociones, sensaciones y conflictos interiores. (…) Genera una sensibilidad mediante la cual se abre al mundo y lo conoce; lo hace más sensible a los seres humanos que lo rodean. En la medida en que la realidad y el ser del otro nos afectan, somos más atentos a él, a sus necesidades y a sus problemas”.

También, añade, es un vehículo para el desarrollo de otras dimensiones como la atención, la concentración, la imaginación, las formas de pensamiento divergentes, la memoria, la motricidad fina y gruesa o la capacidad para mantener esfuerzos sostenidos en el tiempo.

Juego al natural

La principal recomendación para los padres es permitir que sus hijos se expresen libremente y jueguen. Cualquier iniciativa para descubrir su entorno, por más sencilla que parezca, es válida.

“Pueden ponerse la ropa de los grandes, pintarse, untarse con tierra, descubrir el rodadero (Y, por ende, que las cosas caen). Todo implica una teoría del mundo”, dice el vocero de Idartes.“¿Qué tal si, en lugar de prohibirles colorear la pared, hacemos una instalación con pliegos de papel para tener la posibilidad de construir y hacer cosas allí? Y que, si el niño quiere un perro con alas que vuele en las montañas, ¡qué bueno que pueda imaginarse un perro que pueda volar!”, afirma Sandra Argel.

El problema, agrega, es que cuando somos adultos, empezamos a querer ‘ser serios’ y siempre queremos esquematizar la situación: “Ya estamos pensando en que si baila, tiene que bailar bien; si canta, debe cantar bien. Y a veces los adultos le quitamos esa posibilidad del juego presente, de descubrir. La recomendación es que les permitan hacer sus propias construcciones. En el momento en el que el niño tenga la necesidad de ajustarse a condiciones sociales, sucederá, pero la primera infancia es la posibilidad de que ellos sean auténticos”.

Por otro lado, es importante que los padres busquen espacios que favorezcan el contacto de los niños con las diferentes expresiones artísticas. Leerles, llevarlos a ver obras de teatro, participar en talleres artísticos, etc.

Estas experiencias, dice Roldán, les permitirá desarrollar la percepción, estructurar el pensamiento, desarrollar su creatividad y estimular la fantasía e imaginación. Esto también favorece el fortalecimiento de vínculos afectivos y familiares, y la ampliación del conocimiento y entendimiento de otras culturas.

Ruedan las ruedas de todo lo que rueda

Leticia Paolantonio es coordinadora de los talleres de Arte Andarín, que va a estar organizando las actividades de «Mi primera muestra de arte«. Acá les dejamos lo que armó para el blog Emma y Rob, una propuesta para que los chicos se diviertan con el sonido y con el movimiento. 

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Acá no hay excusas. Rollos de cartón y cinta tenemos todos.

Con algo tan simple, podemos armar laberintos y toboganes para bolitas. Aunque cuesta bastante calibrarlos para que hagan el recorrido que uno quiere, cuando lo lográs tenés un juego para toda la familia (bebés abstenerse).

Pueden pegarlo sobre ventanas o muebles de cocina.

¿Variantes? Siempre. Prueben poner donde caen las bolitas una tapa de cacerola o algo metálico y le sumás sonido.

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¿Cómo involucrar a los niños con el arte?

José Alejandro Pérez M. escribió para el portal de noticias El Colombiano sobre la relación de los chicos con el arte, y para eso conversó con la directora de educación en el Museo de Arte Moderno de Medellín, Vanessa Acosta. «Más importante que decirle al pequeño que al mezclar amarillo y azul se obtiene el verde», dice Acosta, «es dejarlo que vaya descubriendo eso, que lo experimente, lo descubra».

Apreciar, desarrollar el sentido del goce estético, involucrarlos con las diversas manifestaciones artísticas, disfrutarlas y preguntarse por ellas y por sus significados, es un proceso que se desarrolla en las personas casi desde su concepción.

La estimulación y el acompañamiento que se les brindan a los niños es fundamental para que desde este estado del desarrollo puedan asumir el arte como algo que hace parte de su proceso de formación y crecimiento personal.

Pintura, escultura, música, video, instalación o cualquier otra forma de manifestación artística representa una oportunidad para que comiencen a entender e interpretar el mundo desde diferentes visiones, a aceptar las versiones de otros sobre la realidad que están viviendo, y a establecer relaciones con su propio entorno.

Exploración y relación

Acercar los niños al arte es un proceso que, como señala la directora de educación en el Museo de Arte Moderno de Medellín, Vanessa Acosta, comienza casi desde la misma concepción del niño: “a través de la estimulación con el sonido, con el color, e incluso con la palabra; es un proceso muy importante”.

Explica ella, docente en la licenciatura en educación artística y cultural en la Universidad San Buenaventura, que antes que inducir al niño en una técnica específica se les debe dar en sus primeros años la oportunidad de conocer los diversos lenguajes artísticos: el sonido, el color, lo gráfico, lo pictórico; para que ellos puedan explorar y llegar a crear, conociendo materiales.

“Muchas veces cuando al niño se le acerca a las artes se le pide que conozca una técnica específica, y es importante que antes pueda explorar y encontrarse como en la diversidad de los lenguajes. Descubrir también cuáles son sus fortalezas: si es expresiva corporal, o si es expresiva gráfica. Más importante que decirle al pequeño que al mezclar amarillo y azul se obtiene el verde, es dejarlo que vaya descubriendo eso, que lo experimente, lo descubra”, anota la directora de educación del Mamm.

Plantea, además, que el niño vea el arte a través de muchos lenguajes, bien sea a través del video o quizá de una experiencia escénica, o unas imágenes.

La mirada del niño

Para los niños es fundamental la forma como se relacionan con su entorno. “Con una pintura de un artista que muestre un parque o una plaza, por ejemplo, ellos pueden establecer una relación quizá con el parque en el que juegan, o al que fueron a comer un helado con sus papás”, dice Acosta.

Una pintura también pueden relacionarla con un sonido, con un cuento, con un dibujo.

En este sentido, el maestro en artes plásticas de la Universidad Nacional sede Medellín, Alejandro Castaño, considera que es importante que a los niños, desde muy pequeños, se les incite a la observación, a mirar su entorno, porque de esa mirada también es posible desarrollar aprecio y gusto por la actividad artística.

Una escultura, dice, puede inspirarse en la observación de un caracol o de un molusco. “A los niños hay que abrirlos a observar, a sentir, a tomar una posición frente a aquello que los rodea”, añade.

En la primera infancia, más que técnicas, se debe permitir que el niño manifieste con qué lenguaje se interesa: “Él se acerca a lo que le llama la atención”.

Así, una vez identificado ese interés, algo que sí debe hacerse es proporcionarle las herramientas, los materiales necesarios que le permitan desarrollar la expresión artística que más le gusta.

En su concepto, una ventaja que tienen los niños frente a los adultos cuando de apreciar el arte se trata, es que ellos llegan a las cosas por afectividad, “por intuición, porque sí”, mientras que el adulto arriba siempre con el concepto del porqué o el para qué, que los pequeños aún no tienen, y eso los hace incluso a veces más dispuestos a asimilar los conceptos.

El goce estético en los niños, señala Vanessa Acosta, “es espontáneo y sincero, sin prejuicios. El niño no tiene pelos en la lengua” cuando de referirse a cualquier manifestación artística se trata. Para ellos es bonito, feo, les gusta o no.

Con los niños es importante involucrar todos los sentidos posibles en su exploración sobre el arte. Por eso Alejandro Castaño afirma que ojalá cuando visiten un museo, en la medida de lo posible también puedan, por ejemplo, tocar. “Que sientan el mármol o el bronce frío, que sientan la textura de la madera, si de esculturas se trata”.

Acercarse al arte no tiene por qué ser un proceso aburrido. Cuando se conecta con las experiencias del niño, se convierte en una motivación para saber más.

Los espacios bien diseñados también enseñan a los chicos

Falta cada vez menos para que arranque «Mi primera muestra de arte«, un espacio de juego para que los más chicos experimenten a partir de la pintura. La muestra va a estar abierta entre el 25 y el 31 de julio en Espacio Enjambre, y desde Grupo Heterónimos nos vamos metiendo en tema con esta entrevista de Soledad Vallejos a Claudia Soto y Rosa Violante, autoras de Experiencias estéticas en los primeros años.

«Pensar en las experiencias estéticas que se propician en los niños nos lleva a pensar en instalar tiempos de fiesta, de contemplación, de goce, un tiempo no apurado, un tiempo demorado, un tiempo que comparte notas con el tiempo de juego, tiempo subjetivo, sentido, vivido, tiempo lleno, pleno, porque no se destina a otra cosa que no sea estar allí.» Así, con una reflexión casi poética arranca el capítulo número uno. Sin embargo, en sus más de 300 páginas, también abundan en el texto los ejemplos concretos, distintas maneras de abordar (y enseñar) los lenguajes artísticos y expresivos en los niños menores de tres años. Incluso, desde los primeros días en el jardín maternal.

Tanto Soto como Violante, con gran experiencia en la educación inicial, decidieron convocar a otros especialistas para abordar el tema. Por eso, en el libro hay referencias constantes a otras voces expertas de la docencia, que proponen nuevas formas de enseñar estos lenguajes y compartirlos.

-¿Qué significa recibir una educación estética en los primeros años de vida?

-Recibir una educación estética significa ofrecer a los niños desde que nacen la oportunidad de participar de experiencias estéticas. Esto implica compartir la emoción que el adulto transmite al escuchar o producir una melodía, desde las canciones de cuna hasta alguna parte de un concierto, de una balada, de una zamba. Desde el sentirse conmovido frente a la contemplación de un árbol cuyas hojas se mecen generando luces y sombras, mientras los sonidos de los pájaros acompañan el sentir de la brisa en una plaza del barrio hasta apreciar juntos una pintura. Desde el disfrute del juego corporal de la mano de una abuela, padre o adulto hasta bailar con otros. Desde escuchar poesías para jugar y disfrutar de la sonoridad de las palabras hasta compartir la lectura de un libro de cuentos. Estas experiencias de vida estéticas humanizan, ponen en contacto a los niños con lo sensible, lo emotivo, el mundo simbólico, de la representación, del arte, del juego. Esto para los niños y los adultos es participar de tiempos de «fiesta», porque son experiencias que transcurren en un tiempo que se diferencia de lo cotidiano.

-¿Por qué son tan importantes las experiencias relacionadas con lo artístico antes de los tres años?

-Como afirman Lucía Moreau de Linares y Rosa Windler, todas las experiencias construyen subjetividad. Es así como comprendemos que cada sujeto se constituye en su interrelación con otros en un entorno particular signado por su tiempo. Todos los niños tienen enormes posibilidades de aprender, y la organización de estos conocimientos depende de las experiencias que sus contextos familiares, comunitarios e institucionales les ofrezcan. Las experiencias recurrentes con sentido harán que los niños se familiaricen, desde los primeros días, con algunas expresiones culturales y no con otras. Los sentidos son la conexión del niño con el mundo exterior. Pensemos que si bien el mundo es lo que vemos tenemos que aprender a verlo, a disfrutarlo, y las expresiones artísticas y humanas que se presentan a los pequeños resultan cruciales en su conformación como individuos.

-¿Cómo debe diseñarse estéticamente un espacio que recibe a niños tan pequeños?

-Los espacios han de diseñarse como una forma privilegiada de enseñar. El espacio enseña cuando ofrece oportunidades de explorar, contemplar, construir, dibujar, encontrarse con otros, y poder estar a veces solo. Un espacio que invite a tener ganas de quedarse porque es cálido, hogareño, acogedor. Los espacios han de diseñarse cuidando la selección de los colores, la cantidad de ofertas para mirar, para jugar, para escuchar. Se ha de ofrecer un espacio que enriquezca su percepción, en el que se ubique, por ejemplo, una pintura de tamaño importante a la altura de los niños, una ventana para ver del otro lado, luces, transparencias, plantas, juegos, otras personas, un rincón para acomodarse entre almohadones a mirar libros, o jugar con bloques, otros sectores con atriles o mesas para pintar, donde todo lo que se presenta esté al alcance de los niños.

-¿Cuál es el repertorio musical ideal para un chico que apenas deambula?

-Dice Judith Akoschky que hay que recordar que desde que nacen – y hasta en su etapa de gestación- los niños son muy sensibles a los sonidos y a la música. Receptivos, atentos a los estímulos sonoros y musicales que los rodea y a los que recibe intencionalmente, responden de diferente modo a ellos exteriorizando sus sentimientos, sumando movimientos corporales aún cuando no caminan y más aún cuando ya se desplazan con autonomía. El repertorio disponible es hoy enorme: música creada especialmente para los niños -en nuestro país numerosos grupos la crean incorporando en ocasiones el cancionero tradicional-, la música clásica, el folklore, los diferentes estilos de la música popular, los diversos estilos urbanos, etc. Los niños eligen de acuerdo a sus preferencias y solicitan la reiteración de la escucha y son capaces de percibir la riqueza que esta amplia paleta musical que les puede llegar con toda su riqueza sin reducciones ni simplificaciones infantilizantes. Su maravillosa sensibilidad está abierta a la riqueza de las mejores obras creadas por los hombres. Será útil elegir y seleccionar los ejemplos más adecuados y buscar los mejores momentos para disfrutarlos.

-A los más pequeños siempre se les ofrece imágenes simplificadas de la realidad, o estereotipadas. Suelen ser reproducciones de lo que el niño ya conoce pero en versiones simples. ¿Por qué?

-Ema Brandt afirma que es muy común que se les ofrezca a los niños imágenes simplificadas de la realidad y, en general, resultan estereotipadas. Se cree que éstas tienen más posibilidades de ser captadas por los más pequeños. El niño vive rodeado de la realidad que tiene toda la complejidad del entorno donde se desarrolla su vida. Desde bien pequeños los niños son capaces de percibir una variedad importante de formas y colores, y al mostrarle simplificaciones los privamos de conocer el mundo que nos rodea. A la vez, en el caso de dibujos y pinturas de artistas, desde estos primeros años los privamos de apreciar y disfrutar de la obra que muchos artistas han realizado a lo largo de los siglos. El desarrollo de la percepción visual, al igual que las otras percepciones, se enriquece con la variedad que desde bien pequeño se le acerca.

-¿Cuáles son las actividades más estereotipadas que un niño recibe en el jardín de infantes? ¿Cómo modificar esas pautas de enseñanza tan arraigadas en las escuelas?

-Algunos de los rasgos que configuran las situaciones de enseñanza estereotipadas en la educación inicial se vinculan con la organización de propuestas dirigidas siempre al grupo total de niños, esperando que todos al mismo tiempo respondan de la misma forma, generalmente sentados en mesas, y realizando lo que suelen llamar «trabajitos» gráficos entre otras propuestas que no plantean desafíos a los niños. La forma de modificar las prácticas docentes es a través de una reflexión crítica realizada por los propios docentes a partir de recibir aportes que muestren otras posibilidades de enseñar. Por ejemplo, armando sectores con varias propuestas simultáneas en las que cada niño pueda acceder en forma autónoma eligiendo sus materiales para construir, dramatizar, pintar, jugar con títeres, leer libros, los docentes podrán revisar sus acciones y ver si estas otras alternativas pueden resultar enriquecedoras para ellos y para los niños. Lo que está arraigado en las escuelas no cambia si no sienten los docentes la necesidad de cambiarlo. Por esta razón hay que ofrecer propuestas formativas para los docentes en las que sean ellos protagonistas de sus aprendizajes, y entonces podrán preguntarse si están promoviendo el mismo protagonismo a sus niños. Se tiene que promover un proceso de toma de conciencia de por qué y para qué se está haciendo lo que se está haciendo en las aulas.

-¿Sobre qué aspectos es urgente innovar en cuestiones de aprendizaje en la primera infancia?

-Dice Alicia Zaina que si bien puede haber innovaciones como el uso de formatos diferentes para acercar los poemas a los niños, como la denominada «poesía mojada», o el uso de tarjetones que presenten simultáneamente al texto poético con imágenes bien seleccionadas, también lo es recuperar el viejo acervo de manifestaciones que han pasado de boca en boca a través del tiempo y, por eso mismo, adquieren una perfecta sencillez muy significativa. Es central el lugar del docente como mediador entre lo literario y los niños, seleccionando textos de riqueza literaria y lúdica, variados, y transmitidos adecuada y creativamente. En relación a aquello que es urgente para enseñar y aprender, dice Perla Jaritonsky que es fundamental que el docente transite por experiencias previas para descubrir en sus vivencias, la exploración sensible de sus movimientos. Así se permitirá el descubrimiento, para trasladar a los niños el placer, el disfrute y el juego. Que sepa seleccionar los objetos apropiados, no sólo a la edad, sino a los objetivos que se proponga enseñar. Que realice con los pequeños observaciones de una danza, ya sea popular, de salón, una comedia musical, con la intención de formar «lectores del hecho artístico». Que condicione el espacio para permitir habitar el escenario para poder jugar con los movimientos del cuerpo. Que se anime, que tenga permiso, para mostrar un movimiento, un gesto para ser copiado. Que estimule y contenga afectivamente al grupo, que se acerque a los cuerpos, para realizar una «danza» compartida. No obligar: no todos tienen un mismo tiempo, y pueden observar la producción de sus compañeros. Invitar, no es recomendable exigir. Dejar que fluya, y seleccionar adecuadamente alguna respuesta que considere pertinente, divertida placentera, y no buscar la perfección sino la exploración y expresión con el movimiento.

Sobre el arrepentimiento

Michel de Montaigne, padre del ensayo moderno, escribe sobre el arrepentimiento un texto que indaga acerca de la condición humana y, al mismo tiempo, se interroga sobre sí mismo. «Yo no puedo fijar el objeto de mi estudio. Es decir, a mí mismo. […] Tanto es así, que en ocasiones puedo muy bien contradecirme; pero no contradigo la verdad, como decía Demades. Si mi alma pudiera fijarse, yo no necesitaría ensayar.» Mañana domingo, a las 23.59hs, cierra la convocatoria del Premio Heterónimos de Ensayo; para subir obras o consultar bases, clic acá.

Los demás moralistas forman al hombre; yo lo describo, y represento un sujeto particular bastante mal formado y, si tuviera que modelarlo otra vez, ciertamente lo haría muy diferente. Pero ya está hecho. Y los trazos de mi cultura no se salen de su verdadero camino aunque cambien y se diversifiquen. El mundo es sólo un balancín permanente. En él todas las cosas se mueven sin cesar: la tierra, las rocas del Cáucaso, las pirámides de Egipto, tanto por el movimiento general como por el suyo propio. La constancia, incluso, no es otra cosa que un movimiento más lánguido. Yo no puedo fijar el objeto de mi estudio. Es decir, a mí mismo. Avanza confuso y tambaleante, con una ebriedad natural. Yo lo tomo en esa situación, tal y como es, en el instante en que me ocupo de él. No pinto el ser. Pinto el pasar: no un paso de una edad a otra o, como dice el pueblo, de siete en siete años, sino de día en día, de minuto en minuto. Tengo que adaptar mi historia al momento. En breve puedo cambiar no sólo de suerte, sino también de intención. Esto es un examen de acontecimientos diversos y variables y de pensamientos indecisos y, si es el caso, contrarios, ya sea porque yo mismo sea otro, ya porque capte los temas en otras circunstancias o con otras consideraciones. Tanto es así, que en ocasiones puedo muy bien contradecirme; pero no contradigo la verdad, como decía Demades. Si mi alma pudiera fijarse, yo no necesitaría ensayar: decidiría; pero siempre está aprendiendo y experimentando.

Expongo una vida humilde y sin gloria; esto no tiene la menor importancia: igual de bien se aplica toda la filosofía moral a una vida corriente y privada que a una vida de más categoría: cada hombre lleva en sí la forma entera de la condición humana.

Los autores se dan a conocer al público por algún rasgo propio y que es desconocido; yo soy el primero en darme a conocer por mi esencia universal, como Michel de Montaigne, no como gramático, o poeta, o jurisconsulto. Si la gente se queja de que hable demasiado de mí, yo me quejo de que ellos ni siquiera piensan en sí mismos.

Pero ¿es legítimo que, llevando una vida tan privada pretenda ser que todo el mundo me conozca? ¿Es legítimo, asimismo, que haga aparecer ante el mundo donde la elaboración y el arte tienen tanto prestigio y autoridad, unas simples y desnudas producciones naturales y, además, de una naturaleza bastante endeble? ¿No será como construir una muralla sin piedra, o algo parecido, el construir libros sin ciencia ni arte? Las creaciones musicales están dirigidas por el arte; las mías por el azar. Al menos en esto estoy conforme con las reglas: nunca hombre alguno ha tratado un tema que comprendiera y conociera mejor de lo que yo comprendo y conozco el que he escogido, y, en este tema, yo soy el hombre más sabio que pueda existir; en segundo lugar, nunca penetró nadie más profundamente en su materia ni espulgó con más detalle sus partes y sus consecuencias; ni llegó con mayor exactitud y más plenamente a la meta que se había propuesto en su obra. Para llevarla a cabo sólo necesito poner en ella fidelidad: y ahí está, la más sincera y pura que pueda encontrarse. Digo la verdad, no hasta el punto de saciarme de ella sino toda la que me atrevo a decir; y me atrevo a decirla un poco más según voy envejeciendo pues parece que la costumbre concede a esta edad más libertad de palabrería y de indiscreción al hablar de uno mismo. En este caso no puede ocurrir algo que observo a menudo: que el artesano y su obra se contradicen: ¿un hombre de conversación tan distinguida ha podido escribir algo tan estúpido? O bien, ¿unos escritos tan sabios han salido de un hombre de conversación tan mediocre?

Si alguien tiene una conversación ordinaria y ha producido escritos de un raro valor, quiere decir que su capacidad está en algún lugar del que él la toma prestada, y no en sí mismo. Una persona erudita no es erudita en todas las cosas; pero el hombre de talento es capaz en todos los campos, incluso en el de la ignorancia.

Mi libro y yo avanzamos conformes el uno con el otro y al mismo paso. En otros casos se puede alabar y condenar la obra de forma separada de obrero; aquí no: quien toca uno, toca el otro. El que juzgue la obra sin conocerla, se perjudicará más a sí mismo que a mí; con el que llegue a conocerla, quedaré plenamente satisfecho. Dichoso más allá de mi mérito, si consigo siquiera esa parte de la aprobación pública: si hago sentir a las personas inteligentes que habría sido capaz de sacarle provecho a la ciencia, si la hubiera tenido, y que merecía que la memoria me sirviera mejor.

Disculpemos, en este punto, algo que repito con frecuencia: que rara vez me arrepiento, y que mi conciencia está contenta consigo misma, no como la conciencia de un ángel o la de un caballo, sino como la conciencia de un hombre: y añado siempre este estribillo ―no un estribillo de cortesía, sino de sincera y real sumisión―: que hablo como hombre ignorante y que busca, y que, en lo que respecta a las conclusiones, se acoge, pura y simplemente, a las creencias comunes y legítimas. Yo no enseño, yo cuento.

No hay vicio que sea verdaderamente un vicio y que no haga daño, y al que un juicio íntegro no condene: pues tiene una fealdad y una insolencia que quizá tengan razón quienes dicen que es producido principalmente por la estupidez y la ignorancia; tan difícil resulta imaginar que alguien lo conozca y no lo odie. La maldad absorbe la mayor parte de su propio veneno y se envenena con él. El vicio deja como una úlcera en la carne, un arrepentimiento en el alma que siempre se araña y se ensangrienta ella misma. Pues la razón borra las demás penas y sufrimientos, pero engendra el del arrepentimiento, que es más doloroso, porque nace de dentro; igual que el frío y el calor de las fiebres se soporta peor que los que provienen del exterior. Considero vicios (pero que cada uno juzgue según su medida) no sólo los condenados por la razón y la naturaleza, sino también aquellos que ha forjado la opinión de los hombres (incluso si es falsa y errónea), si las leyes y la costumbre le confieren autoridad.

De un modo semejante, no hay conducta loable que no alegre a una naturaleza bien nacida. Ciertamente, hay cierta satisfacción misteriosa en actuar correctamente que nos alegra por dentro, y un noble orgullo acompaña a la conciencia limpia. Un alma decididamente viciosa quizá pueda procurarse seguridad; pero esa complacencia y satisfacción de sí mismo no puede procurársela. No es un placer menor el de sentirse a salvo del contagio de un siglo tan corrupto y decirse por dentro: «Si alguien pudiera verme hasta el alma, incluso entonces, no me encontraría culpable ni de la caída ni de la ruina de nadie, ni de venganza o de odio, ni de ofensa pública a las leyes, ni de innovación y de confusión, ni de faltar a mi palabra; y, por más que nos permita y enseñe a todos la licencia del tiempo, no he puesto la mano encima a los bienes ni la bolsa de ningún francés, y sólo he vivido de la mía, tanto en la guerra como en la paz; ni he utilizado el trabajo de nadie sin pagarle a cambio». Estos testimonios de la conciencia resultan agradables; y esta alegría natural es un gran bien, y el único pago que no nos falta nunca.

Basar la recompensa por las acciones virtuosas en la aprobación de los demás es tomar una base demasiado incierta y oscura. Especialmente en un siglo corrupto e ignorante como éste, la estima del público supone una injuria; ¿de quién podéis fiaros para saber qué es lo encomiable? Dios me guarde de ser un hombre de bien según la descripción que veo que todos hacen de sí mismos a diario para hacerse valer. «Quae fuerant vitia, mores sunt». A veces algunos de mis amigos han empezado a reñirme y a reprenderme abiertamente, bien por impulso propio, creyendo cumplir un deber, o bien por habérselo pedido yo como un favor que, para un alma bien hecha, sobrepasa a todos los demás favores de la amistad, no sólo en utilidad, sino también en placer. Yo siempre he aceptado esto abriendo todo lo posible los brazos de la cortesía y del agradecimiento. Pero, para hablar de ello en conciencia en el momento actual, a menudo he encontrado en sus reproches y alabanzas, tanta falsa medida que no habría obrado mucho peor actuando mal según su forma de vida que actuando bien. Especialmente nosotros, los que vivimos una vida privada que nadie más puede ver, debemos tener establecido en nuestro interior un modelo que nos sirva de piedra de toque en nuestras acciones y, según ese modelo, unas veces tendremos que felicitarnos y, otras, que castigarnos. Yo tengo mis leyes y mi tribunal para juzgar sobre mí, y me dirijo a él más que a los demás. Restrinjo mucho mis acciones en función de los demás, pero sólo las extiendo en función de mí mismo. Sólo vosotros sabéis si sois cobarde y cruel o leal devoto; los demás no os ven, os adivinan mediante conjeturas inciertas; ven no tanto vuestra naturaleza cuanto vuestro arte. En consecuencia, no os atengáis a su juicio; ateneos al vuestro.«Tuo tibi juicio est utendum. Virtutis et vitorium grave ipsius conscienteiae pondus est: qua sublata, jacent omnia».

Pero eso que dicen de que el arrepentimiento sigue de cerca al pecado no parece afectar al pecado que va bien provisto, que habita en nosotros como en su propio domicilio. Podemos repudiar y renegar de los vicios que nos sorprenden, y hacia los que nos empujan las pasiones; pero aquellos que por un hábito prolongado están enraizados y anclados en una voluntad fuerte y vigorosa no son materia que pueda repudiarse. El arrepentimiento es sólo un cambio en nuestra voluntad, que se desdice, y una contradicción de nuestros pensamientos, que nos lleva en todos los sentidos. A cierto hombre le hizo renegar de su virtud pasada y de su continencia: «Quae mens est hodie, cur eadem non puero fuit? Vel cur his animis incólumes non redeunt genae?».

Es una vida exquisita aquella que se mantiene en orden hasta en su intimidad. Todos podemos hacer de bufones y representar a un personaje honorable en escena; pero es en nuestro interior, dentro del pecho, donde todo está permitido, donde todo está oculto, donde tenemos que estar en regla. El grado más próximo es estarlo en la propia casa, en las acciones corrientes de las que no tenemos que rendir cuentas a nadie, en las que no hay estudio ni artificio. Y por esta razón Bías, al describir el excelente estado de una casa, dice: «Una casa en la que le amo sea por dentro, por sí mismo, tal y como es por fuera por el temor de las leyes y de lo que puedan decir los hombres». Y también fueron nobles las palabras que dirigió Julio Druso a unos obreros que le ofrecían, por tres mil escudos, poner su casa en una situación tal que sus vecinos dejaran de tener sobre ella la vista que tenían: «Os daré seis mil, y haced que todos la vean desde todos los ángulos». Se considera honorable a Agesilao, por su costumbre, cuando estaba de viaje, de alojarse en las iglesias para que el pueblo y los mismos dioses pudieran ver sus actos privados. Un hombre ha podido ser extraordinario para el mundo sin que su mujer y su criado hayan visto en él nada ni tan siquiera notable. Pocos hombres han sido admirados por las personas de casa.

Nadie ha sido profeta no sólo en su casa, sino tampoco en su tierra, dice la experiencia de las historias. Lo mismo ocurre con las cosas sin importancia. Y en un ejemplo humilde se ve la imagen de los grandes. En mi tierra de Gascuña se considera una broma verme impreso. Cuanto más se aleja de mi morada el conocimiento que tienen mí, más aumenta mi valor. Yo pago a los impresores de Guyena; en otros lugares, ellos me pagan a mí. En este fenómeno se basan quienes se ocultan estando vivos y presentes, para lograr la estima del público, como si estuvieran difuntos y ausentes. Yo prefiero ser menos estimado. Y sólo me lanzo al mundo por la parte de estima que estoy obteniendo. Cuando lo abandone, le dispenso de concedérmela.

En un acto público, el pueblo escolta a un hombre hasta su puerta; éste, al quitarse la ropa, se despoja de su papel, y cae tanto más bajo cuanto más había subido antes; por dentro, en su interior, todo es tumultuoso y vil. Incluso si hubiera cierto orden en su vida retirada, es preciso un juicio agudo y extraordinario para percibirlo en los humildes actos privados. Sin contar con que el orden es una virtud apagada y sombría. Abrir una brecha, dirigir una embajada, gobernar un pueblo, son acciones deslumbrantes. Reñir, reír, vender, pagar, amar, odiar y relacionarse con los suyos y consigo mismo con delicadeza y equidad, no dejarse llevar, no desmentirse, eso es algo más raro, más difícil y más notable. Las vidas retiradas cumplen así, digan lo que digan, deberes al menos tan duros y exigen al menos los mismos esfuerzos que las demás vidas. Y los hombres privados, dice Aristóteles, sirven a la virtud con más exigencia y más altura, que los que lo hacen como altos cargos. Nos preparamos para las ocasiones eminentes más por la gloria que por la conciencia. La manera más segura de alcanzar la gloria sería hacer por conciencia lo que hacemos por la gloria. Y creo que la virtud de Alejandro representa bastante menos vigor en su teatro que la de Sócrates en su actividad humilde y oscura. Concibo sin esfuerzo a Sócrates en el puesto de Alejandro; a Alejandro en el de Sócrates, no puedo. Si preguntan a aquél qué sabe hacer, responderá: «Subyugar al mundo». Si se lo pregunta a éste, dirá: «Dirigir la vida humana conforme a su condición natural»: ciencia mucho más general, más ardua, y más legítima. El valor del alma no consiste en subir muy alto, sino con paso regular.

Su grandeza no ejerce en la grandeza, sino en el grado medio. Así como aquellos que nos juzgan y nos palpan por dentro no hacen mucho caso del esplendor de nuestras acciones públicas, y ven que no son más que hilillos y chorros de agua pura que han manado de un fondo por lo demás cenagoso y pesado, así también aquellos que nos juzgan por el bello esplendor de la apariencia concluyen de forma similar respecto a nuestra constitución interna y no pueden encajar unas facultades corrientes y similares a las suyas en esas otras facultades que les llenan de asombro y que están tan lejos de su horizonte. Así, también, atribuimos a los demonios formas salvajes. ¿Y quién no pinta a Tamerlán con unas cejas muy altas, unos orificios nasales abiertos, un rostro espantoso y una altura desmesurada, como la de la imagen que ha concebido de él al oír su fama? Si me hubieran mostrado a Erasmo en el pasado, me habría resultado difícil no tomar por adagios y apotegmas todo cuanto dijera a su criado y a su hospedera. Imaginamos con mucha más facilidad en su retrete o sobre su mujer a un artesano que a un gran presidente, venerable por su aspecto y su competencia. Nos parece que de esos tronos eminentes no se rebajan hasta el punto de vivir.

Así como las almas viciosas son incitadas a menudo a hacer el bien por algún impulso externo, así las almas virtuosas son incitadas a hacer el mal. Por tanto, hay que juzgarlas según su estado en calma, cuando están a sus anchas, si es que lo están alguna vez, o al menos cuando están más próximas al reposo y a su posición innata. Las inclinaciones naturales se ven ayudadas y fortificadas por la educación; pero apenas se las cambia o se las vence. Mil naturalezas, en mi tiempo, han huido hacia la virtud o hacia el vicio a pesar de enseñanzas contrarias:

Sic ubi desuetae silvis in carcera clausae
Mansuevere ferae, et vultus posuere minaces,
Atque hominem didicere pati, si tórrida parvus
Venit in para crúor, redeunt rabiesque furorque,
Admonitaeque tument gustato sanguine fauces;
Fervet, et a trepido vix abstinet ira magistro.

Esos rasgos originales no se extirpan: se recubren, se ocultan. La lengua latina me resulta, por así decir, natural, la entiendo mejor que el francés, pero hace cuarenta años que no hago ningún uso de ella, ni para hablar ni para escribir; no obstante, con ocasión de emociones extremas y repentinas en las que he caído dos o tres veces en mi vida (una, al ver a mi padre, en perfecta salud, caer de espaldas, desvanecido, sobre mí), las primeras palabras que proferí, desde el fondo de mis entrañas, fueron palabras latinas: la naturaleza escapaba y se expresaba por la fuerza, en contra de una larga práctica. Y cuentan ese ejemplo de muchos otros.

Aquellos que han tratado de reformar las costumbres del mundo, en mi tiempo, mediante opiniones nuevas, reforman los vicios de la apariencia; los de la esencia, los dejan como están, si es que no los acrecientan; y es de temer este crecimiento pues uno se dispensa fácilmente de cualquier otra forma de buena acción al sufrir esas reformas externas y arbitrarias, que le cuestan menos y a las que, en general, se atribuye más mérito; y da así satisfacción a buen precio a esos otros vicios naturales consustanciales e internos. Mirad cómo se comporta en esto nuestra experiencia: no hay nadie si se escucha a sí mismo, que no descubra en sí una forma propia, una forma principal, que luche contra la educación y contra la tempestad de las impresiones que le son contrarias. En lo que a mí respecta, apenas me siento agitado por sacudida alguna, casi siempre me encuentro en mi lugar, como ocurre con los cuerpos pesados y cargados. Si no estoy en mí, siempre ando cerca. Los desarreglos de mi conducta no me llevan muy lejos. No hay en mí nada extremo ni extraño y, sin embargo, sufre emociones fuertes e impetuosas.

La verdadera condena, que afecta a la habitual manera de actuar de nuestros contemporáneos, es que incluso su retiro está lleno de corrupción y de basura; la idea que tienen de su enmienda es confusa; su penitencia, pervertida y culpable, casi tanto como su pecado. Algunos, bien por estar sujetos al vicio por un apego natural, o por el hecho de un hábito prolongado, ya no ven su fealdad. A otros (a cuyo regimiento pertenezco yo), el vicio les pesa, pero lo contrarrestan con el placer o con otra cosa, y lo soportan y se prestan a él, con ciertas condiciones, pero, no obstante, de una manera viciosa y vergonzosa. Sin embargo, podría imaginarse una medida extremadamente desproporcionada según la cual el placer disculpara el vicio en toda justicia, como decimos, a propósito de la utilidad; no sólo en el caso de que ese placer fuera accesorio y externo al pecado, como en el hurto, sino en el caso de que estuviera en el ejercicio mismo del pecado, como ocurre en las relaciones carnales con las mujeres, en las que la incitación es violenta y a veces, según dicen, invencible.

El otro día, estando yo en Armagnac, en la tierra de uno de mis parientes, vi a un campesino al que todos llaman «el ladrón». Él hacía el relato de su vida como sigue: que, habiendo nacido mendigo, y viendo que si se ganaba el pan con el trabajo de sus manos no llegaría nunca a protegerse suficientemente contra la indigencia, se le ocurrió hacerse ladrón; y había empleado toda su juventud en ejercer ese oficio con toda seguridad, gracias a su fuerza física: así, recolectaba y vendimiaba en las tierras de los demás, pero de lejos y en montones tan grandes que era inimaginable que un solo hombre hubiera cargado tanto sobre sus hombros en una sola noche; además, tenía cuidado de igualar y dispersar el daño que hacía, de forma que la mala pasada resultara menos insoportable para cada particular. Actualmente, en su vejez, es rico, para ser un hombre de su condición, gracias a ese tráfico del que se confiesa abiertamente; y para congraciarse con Dios en lo referente a sus beneficios, dice que se ocupa todos los días de dar satisfacción, mediante buenas obras, a los sucesores de aquellos a los que robo; y que, si no lo concluye (pues no puede hacerlo todo a la vez), encargará de ello a sus herederos, según sus cuentas del mal que hizo a cada uno, que sólo él conoce. Según esa descripción, ya sea verdadera o falsa, ese hombre considera el robo una acción deshonesta y la odia, pero menos que la indigencia; se arrepiente con mucha sencillez, pero, en la medida en que esa acción estaba contrarrestada y compensada, no se arrepiente de ella. No es la costumbre la que nos incorpora al vicio y configura, incluso, nuestra inteligencia; no es, tampoco, ese viento impetuoso que confunde y ciega nuestra alma con sus sacudidas y que nos precipita, de momento, bajo el poder del vicio.

Normalmente, me entrego por completo a lo que hago, y camino sin desviarme; apenas hay acción que se oculte y se esconda a mi razón y que no sea dirigida más o menos con el consentimiento de todas mis partes, sin división, sin sedición intestina: mi juicio siente toda la culpa o la alabanza; y la culpa que siente una vez, la siente siempre, pues casi desde mi nacimiento es el mismo: la misma inclinación, el mismo camino, la misma fuerza. Y, en cuanto a ideas generales, desde la infancia me situé en el punto en el que iba a mantenerme.

Hay pecados impetuosos, prontos y súbitos: dejémoslos aparte. Pero en los demás pecados, tantas veces repetidos, meditados y decididos, pecados de nuestro temperamento o, incluso, pecados debidos a la profesión y a la ocupación, no puedo concebir que estén plantados tanto tiempo en un mismo corazón sin que la razón y la conciencia de aquel que los posee así lo quiera constantemente y así lo acepte, y ese arrepentimiento que dice sentir en un momento determinado y fijado de antemano me resulta un poco difícil de imaginar y de concebir.

Yo no sigo la escuela de Pitágoras cuando dice que los hombres reciben un alma nueva cuando se acercan a las imágenes de los dioses para acoger sus oráculos. A menos que haya querido decir, justamente, que es preciso que esa alma sea una extraña, nueva y prestada para ese momento puesto que su alma corriente muestra tan pocas señales de purificación y de limpieza dignas de esa ceremonia.

Éstos obran de modo totalmente contrario a los preceptos estoicos, que nos ordenan que corrijamos las imperfecciones y los defectos que reconocemos en nosotros, pero nos prohíben que eso nos apene y nos entristezca. Éstos nos hacen creer que, por dentro, sienten una gran pena y un gran remordimiento. Pero, no dan muestras de nada. Y, sin embargo, no hay cura si no se libra uno del mal. Si el arrepentimiento pesara en el platillo de la balanza, vencería al pecado. No veo otra cualidad tan fácil de simular como la devoción, si no se adaptan a ella las costumbres y la vida: su esencia es abstrusa y permanece oculta; las apariencias son fáciles y aparentes.

En cuanto a mí, puedo desear de una manera general ser diferente; puedo condenar y sentir disgusto por mi forma de ser en general y suplicar a Dios por mi completa reforma y para que disculpe mi debilidad natural. Pero a eso creo que no debo llamarlo arrepentimiento, no más que el disgusto de no ser ni un ángel ni Catón. Mis acciones están bien ordenadas con lo que soy y con mi condición. Yo no puedo hacer más. Y no es el arrepentimiento el que corresponde propiamente a las cosas que no están en nuestro poder, sino la pena. Imagino una infinidad de naturalezas más altas y mejor ordenadas que la mía; sin embargo, no por ello mejoro mis facultades; del mismo modo que ni mi brazo ni mi espíritu se hacen más vigorosos porque pueda concebir otros que sí lo sean. Si imaginar y desear una conducta más noble que la nuestra produjera el arrepentimiento de la nuestra, tendríamos que arrepentirnos de nuestras acciones más inocentes: porque vemos muy bien que, en el ser de una naturaleza más eminente que la nuestra, habrían sido hechas con una mayor perfección y dignidad; y nos gustaría hacer otro tanto. Cuando examino los comportamientos de mi juventud y los comparo con los de mi vejez, encuentro que habitualmente los he dirigido con orden, según mi criterio: hasta ahí alcanzan mis fuerzas. No me adulo: en circunstancias semejantes, yo sería siempre igual. No es una mancha sino más bien un tinte general el que me mancha. No conozco arrepentimiento superficial, mediano ni de ceremonia. Debe alcanzarme por todas partes antes de que lo llame así, y debe pellizcarme las entrañas y afectarlas con la misma profundidad con la que me ve Dios, y de un modo igual de completo.

En lo que respecta a los negocios, se me han escapado muchas oportunidades, a falta de una buena dirección. Sin embargo, mis decisiones fueron acertadas, según los casos que les presentaban; mi manera de actuar consiste en tomar partido siempre por lo más fácil y lo más seguido. Me parece que en el momento de mis deliberaciones pasadas, según mi regla, procedí con prudencia en función del estado del asunto que me proponían; y haría otro tanto, de aquí a mil años, en circunstancias semejantes. No considero cómo está ese asunto en el momento actual, sino cómo estaba cuando yo lo examiné.

El valor de todo proyecto depende del tiempo: sus ocasiones y materias ruedan y cambian sin cesar. En mi vida he cometido algunos errores graves e importantes, no por falta de buen juicio, sino por falta de suerte. Hay partes secretas e imprevisibles en los asuntos que tratamos, sobre todo en lo concerniente a la naturaleza de los hombres, factores mudos, que no aparecen, ignorados, a veces, incluso por el propio sujeto, y que se manifiestan y despiertan bajo el efecto de algún suceso. Si mi previsión no ha podido descubrirlos y profetizarlos, no se lo reprocho: su función se mantiene dentro de sus límites; el acontecimiento me vence; y, si favorece al partido que he rechazado, ya no hay remedio; no la tomo conmigo: acuso a mi suerte, no a mi obra: a eso no se le llama arrepentimiento.

Foción había dado a los atenienses cierto consejo que ellos no siguieron. Pero como el asunto se desarrollaba de forma favorable, contra su opinión, alguien le dijo: «“¡Y bien, Foción! ¿Estás contento de que la cosa vaya tan bien?” “Estoy muy contento ―dijo él― de que haya ocurrido esto, pero no me arrepiento de haber aconsejado lo otro”». Cuando mis amigos se dirigen a mí para que les aconseje, lo hago con toda libertad y claridad, sin que me detenga (como ocurre con casi todo el mundo) el hecho de que, puesto que la cosa está sujeta al azar, puede ocurrir lo contrario de lo que yo presiento, en virtud de lo cual podrían reprocharme mi consejo: no me preocupo por eso. Pues se equivocarán, y yo no debía negarles ese favor.

En lo que respecta a mis faltas y mis fracasos, apenas tengo ocasión de tomarla con alguien más que conmigo. Pues, en realidad, rara vez recurro a los consejos de los demás, a no ser por una cortesía puramente formal, salvo cuando necesito una información precisa o el conocimiento del hecho en cuestión. Más en las cosas en las que sólo tengo que emplear el juicio, las razones ajenas pueden servir para apoyarme, pero no para desviarme. Yo las escucho todas de un modo favorable y correcto; pero, si recuerdo bien, hasta este momento nunca he creído más que las mías. Para mí son sólo moscas y átomos que distraen mi voluntad. Fortuna me paga dignamente. Si es verdad que no recibo consejos, menos aún los doy yo. Son pocos quienes solicitan mi consejo, pero todavía menos quienes lo creen cuando se los doy; y no conozco ninguna empresa pública ni privada a la que mi consejo haya enderezado y recuperado. Incluso aquellos a quienes el azar había llevado de alguna manera a recurrir a mi consejo se han dejado manejar con mucha mayor facilidad por cualquier otro cerebro. Como hombre al menos tan celoso de los derechos de mi reposo como de los de mi autoridad, prefiero que sea así: dejándome de lado, se actúa según la línea de conducta que profeso y que consiste en fijarme y contenerme en mí mismo: me resulta un placer no estar involucrado en los asuntos de los demás y estar liberado de su protección.

En todos los asuntos, cuando ya han pasado, sea como sea, lo lamento poco. Pues una idea me impide apenarme, y es que tenían que ocurrir así: ya están en el gran curso del universo y en el engranaje de las causas estoicas: vuestro pensamiento no puede, mediante el deseo y la imaginación, cambiar un sólo punto sin que todo el orden de las cosas se vea alterado de arriba abajo, tanto el pasado como el futuro.

Por lo demás, detesto ese arrepentimiento circunstancial que trae la edad. Aquel que decía antiguamente que le estaba agradecido a la edad por haberle librado de la voluptuosidad tenía una opinión distinta de la mía: yo nunca estaría agradecido a la impotencia por ningún bien que me pudiera hacer. «Nec jam tam aversa unquam videvitur ab opere suo providentia, ut debilitas inter optima inventa sit». En la vejez, nuestros apetitos escasean; una profunda saciedad se apodera de nosotros a continuación: en eso no veo nada que pertenezca a la conciencia; la tristeza y la debilidad nos inspiran una virtud blanda y catarrosa. No debemos dejarnos vencer hasta tal punto por los deterioros naturales como para que degenere nuestro juicio. La juventud y el placer no me impidieron en el pasado reconocer el rostro del vicio en la voluptuosidad; así la inapetencia que me traen los años no me impide tampoco reconocer el de la voluptuosidad en el vicio. Ahora que ya no estoy en esa edad, veo que es la misma que tenía en la edad más licenciosa, a no ser que se haya debilitado y haya empeorado al envejecer; y veo que si mi razón se niega en alguna medida a zambullirme en ese placer en interés de mi salud corporal, no lo hubiera hecho menos, en el pasado, en interés de mi salud espiritual. No la considero más valiente porque la vea fuera de combate. Mis tentaciones están tan rotas y mortificadas que no merecen que mi razón se les oponga. Sólo con tender las manos, las conjuro. Que vuelvan a ponerla frente a aquella antigua concupiscencia, y me temo que tendría menos fuerza para resistir su asalto de la que tenía en otros tiempos. No la veo juzgar nada de un modo distinto a como habría juzgado entonces; ni tampoco distingo en ella ninguna nueva luz. Por eso, si hay convalecencia, es una convalecencia tocada.

¡Qué remedio tan miserable, deber la salud a la enfermedad! No corresponde a nuestra desgracia cumplir ese oficio; sino el buen estado de nuestro juicio. No me mandan hacer nada con los males y las aflicciones, sino maldecirlas. Eso es para las personas que sólo se despiertan a latigazos. Pero mi razón tiene su curso más libre en la prosperidad. Está mucho más perdida y más ocupada cuando tiene que digerir los males que los placeres. Veo mucho más claro cuando el tiempo está sereno. La salud me aconseja más alegremente y también con mayor utilidad que la enfermedad. Avancé cuanto pude hacia mi enmienda y hacia una vida ordenada cuando podía disfrutarla. Me daría vergüenza y me sentiría contrariado si la miseria y la desgracia de mi decrepitud tuvieran que ser preferidas a mis buenos años, sanos, alegres, vigorosos, y si tuvieran que estimarme no por lo que fui, sino por lo que he dejado de ser. En mi opinión, es la vida feliz y no, como decía Antístenes, la muerte feliz la que hace la felicidad humana. No he pretendido atar de forma monstruosa el rabo de un filósofo a la cabeza y al cuerpo de un hombre perdido; ni hacer que este pobre extremo negara y desmintiera la parte más bella, completa y larga de mi vida. Quiero presentarme y dejarme ver uniformemente por todos lados. Si tuviera que volver a vivir, volvería a vivir como he vivido; y no lamento el pasado ni temo al futuro. Y, si no me engaño, en mi interior ha ocurrido como en el exterior. Uno de los principales motivos de agradecimiento que tengo a mi suerte es que el curso de mi estado corporal ha transcurrido de forma que cada cosa ha tenido lugar en su momento. He visto en él los tallos jóvenes, las flores y el fruto; y ahora veo su sequedad. Y eso es bueno, puesto que es natural. Soporto con mayor facilidad los males que me aquejan porque llegan en su momento, y así me ayudan a recordar la larga dicha de mi vida pasada.

De forma semejante, mi sabiduría puede muy bien ser del mismo tamaño en uno y otro tiempo, pero era capaz de acciones más hermosas, y era más graciosa, vigorosa, alegre, natural de lo que es actualmente: estancada, quejumbrosa, y pesada. Así que renuncio a esas enmiendas circunstanciales y dolorosas.

Dios tiene que rozarnos el corazón. Nuestra conciencia debe enmendarse por sí misma, con el apoyo de la razón, no mediante el debilitamiento de los apetitos. La voluptuosidad no es, en sí, ni pálida ni descolorida porque sea percibida por unos ojos legañosos y borrosos. Debemos amar la templanza por ella misma y por respeto a Dios, que nos la ha ordenado; lo mismo para la castidad; eso que nos traen los catarros y que debo a la influencia de mis cólicos no es ni castidad ni templanza. No podemos vanagloriarnos de despreciar y combatir la voluptuosidad si no la vemos, si la ignoramos, así como sus encantos, su fuerza y su belleza, la más atractiva. Yo conozco a una y otra edad: puedo hablar de esto. Pero me parece que en la vejez nuestras almas están sujetas a enfermedades e imperfecciones más molestas que en la juventud. Lo decía ya cuando era joven: entonces me increpaban con dureza porque no tenía barba en el mentón. Lo sigo diciendo ahora que mi barba gris me da derecho a ser creído. Llamamos «sabiduría» a nuestros caracteres difíciles, al desagrado por las cosas presentes. Pero, a decir verdad, no abandonamos los vicios tanto como los cambiamos y, en mi opinión, para peor. Además de un orgullo tonto y frágil, un parloteo aburrido, estos caracteres desagradables e insociables, y la superstición, y una preocupación ridícula por las riquezas cuando ya se ha perdido la capacidad de usarlas, encuentro en la vejez más envidia, injusticia y maldad. Nos pone más arrugas en el espíritu que en la cara; y no se ve ―o se ve rarísima vez― alma que al envejecer no huela a agrio y a moho. El hombre camina entero a su crecimiento y también hacia su declive.

Al considerar la sabiduría de Sócrates y muchas de las circunstancias de su condena me atrevería a creer que se prestó a ello un poco en connivencia, intencionadamente, en vista de que, con sus sesenta años, muy poco tiempo después tendría que sufrir el embotamiento de la rica dinamicidad de su espíritu y la turbación de su habitual lucidez.

¡Qué metamorfosis veo hacer a diario a la vejez en muchos de mis conocidos! Es una enfermedad poderosa y que se insinúa de forma natural e imperceptible. Por eso hay que hacer constantes esfuerzos y tomar enormes precauciones para evitar las imperfecciones con las que nos abruma o, al menos, para debilitar sus progresos. Siento que pese a todos los atrincheramientos que estoy edificando, ella me gana terreno, paso a paso. Resisto todo lo que puedo. En cualquier caso, estoy contento de que algún día se sepa desde qué altura he caído.

Tomado del libro «Sobre la vanidad y otros ensayos» (Valdemar, España, 2000).

Cervantes ensayista

«Cuando a requerimientos de una distinguida dama le declaré la otra tarde que yo escribía ensayos, ella lo tomó como una confesión o una disculpa, y con un gesto de inteligencia, bajando la voz, me dijo con simpatía: No importa, no importa.» A partir de esta anécdota, Augusto Monterroso pone en acto (y no sin humor) una definición del género ensayo y sugiere, de paso, al Cervantes prologuista como a uno de sus primeros cultures.

 «La palabra es nueva, pero la cosa es vieja… Las epístolas de Séneca a Lucilio son ensayos, vale decir, meditaciones dispersas, aunque en forma de epístolas». Estas citas de Francis Bacon las he tomado del estudio preliminar que Adolfo Bioy Casares puso como introducción a un volumen de ensayos ingleses seleccionados por Ricardo Baeza hace ya más de cincuenta años en la ciudad de Buenos Aires, cuando de esta ciudad irradiaba a toda Hispanomérica y España lo más sobresaliente de la literatura europea y estadounidense. Pues bien, Bacon, el segundo gran ensayista moderno después (en el tiempo) de Miguel de Montaigne, sabía perfectamente lo que afirmaba, pues no sólo Séneca estaba para demostrarlo, sino también, ahora que tenemos un concepto más preciso o más amplio del género, Plutarco, Aulo Gelio, Luciano de Samosata, Plinio el Joven o Diógenes Laercio en la antigüedad, y aún podrían citarse otros. Pero en efecto, la palabra que hoy usamos con el sentido en que lo hacemos no existía entonces, y tuvieron que pasar muchos siglos para que Montaigne —o el señor de la Montaña, como lo llamaba Quevedo— la inventara o le diera el significado que conserva hasta nuestros días en las preceptivas literarias.

Sin embargo, la pregunta que ahora confrontamos es la siguiente: el público, los nuevos posibles lectores, ¿saben en realidad de qué se trata? Mi experiencia me indica que no parece ser ése el caso. Cuando a requerimientos de una distinguida dama le declaré la otra tarde que yo escribía ensayos —yo pensaba hasta en el mío de una línea que antologa The Oxford Book of Latin American Essays[ref]El ensayo en cuestión se titula «Fecundidad», y dice: «Hoy me siento bien, un Balzac: estoy terminando esta línea».[/ref]—, ella lo tomó como una confesión o una disculpa, y con un gesto de inteligencia, bajando la voz, me dijo con simpatía: No importa, no importa. Entonces aprendí que aquella declaración necesita ir siempre acompañada de explicaciones acerca de lo que el ensayo no es: ni una tesis científica ni ninguna investigación encaminada a demostrar algo con lo que su autor accederá a tal o cual grado académico; o de aclaraciones, para dejar bien establecido que se trata de un género literario y no de simples intentos. Ensayo, sabe usted, un texto más o menos breve, muy libre, de preferencia en primera persona, sobre cualquier cosa, o acerca de equis costumbre o extravagancia de uno mismo o de los demás, escrito en tono aparentemente serio pero idealmente envuelto en un vago y ligero humor y, de ser posible, en forma irónica, y preferible si autoirónica, sin el menor afán de afirmar nada concluyente; y si de lo expresado en él se desprende cierta melancolía o determinado escepticismo respecto del destino humano, mejor; y si una digresión se desliza aquí o allá, mejor que mejor, pues la libertad de pasar de un punto a otro sin excusas ni rebuscamientos, y hasta de interrumpirse y olvidarse (o hacer como que uno se olvida) de por dónde va, puede ser lo que venga a dar al ensayo ese encanto parecido al que se desprende de una conversación inteligente; recurriendo a citas falsas, verdaderas o equivocadas, o invocando a amigos o señoras de sociedad que pueden existir en la realidad o no; o declarando incapacidades auténticas o fingidas; y por lo común escrito con un estilo perfecto pero que no se note o incluso que hasta parezca descuidado, o redactado por alguien que está más preocupado por otros asuntos, como quien lo hace para cumplir un requisito que no puede eludir; todo esto viene a ser una pequeña parte de lo que uno piensa que podría darle a aquella buena señora una mínima idea de lo que quiere dar a entender cuando se ve forzado a declarar que escribe ensayos, sin necesidad de añadir que también escribe cuentos y novelas para que esta misma señora lo tome a uno en serio y no pase sin más a otro tema o a cualquier tópico del momento como quien siente que ya cumplió con las buenas maneras; y tal vez por último, pero esto sí con extremo cuidado, animarse a decirle que, si quiere saberlo, aparte de cuanto de genial se conoce de él, entre otras gracias la de ser el inventor de la novela moderna, Cervantes es quizá también en nuestro idioma el primer ensayista moderno; y que para confirmar esta insólita aseveración no tiene sino que tomarse la molestia de ir a sus prólogos de las partes Primera y Segunda de Don Quijote de la Mancha, el de las Novelas ejemplares y el de Persiles y Sigismunda, en los que observará muy claramente gran parte de lo dicho aquí sobre este traído y llevado género, con la única advertencia de que ni por asomo se acerque a la Galatea, porque ése es otro asunto y, bueno, mejor ni hablar de él ni recurrir al socorrido principio de que la excepción confirma la regla.

Tomado del libro «La biblioteca del fabulador. Antología de ensayo» (UNAM, 2014).

Un presente en continua transición

En Cambio de época. Movimientos sociales y poder político, Maristella Svampa encara un análisis sobre la caída del modelo neoliberal en la Argentina e introduce una historicidad que resulta doble por implicar tanto al investigador como al tema que investiga. Por acá, una reseña del libro publicada en el suplemento ADN.

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La relación entre fenómeno y teoría es siempre problemática. La pregunta sobre qué fue primero, si la realidad o la mirada del experto, no por ingenua resulta menos incómoda. Porque la respuesta canónica que sólo resulta visible aquello que las teorías permiten delimitar se hace más compleja en el caso de las ciencias sociales. Aunque, más allá del principio de incertidumbre, puede argumentarse que un asteroide no cambia de rumbo al ser observado, está claro que no puede decirse lo mismo sobre los seres humanos. Y, evidentemente, algo cambia también en el investigador.

Esta especulación viene al caso ante la lectura de Cambio de época. Movimientos sociales y poder político , una valiosa recopilación de artículos de Maristella Svampa, investigadora del Conicet y de la Universidad Nacional de General Sarmiento. El fenómeno de los cortes de ruta y los cacerolazos que calentaron el fin del menemismo e hicieron estallar el gobierno de Fernando de la Rúa se convirtió en foco de atención académica y, a partir de ellos, el área de estudios de los movimientos sociales ganó un espacio importante.

En este sentido, el propio experto queda subsumido, como los sujetos de investigación, en una ola histórica: ese cambio de época al que alude el título del libro. Ese cambio tiene que ver con la crisis del modelo neoliberal que dominó el país y el mundo hasta fines de los años 90, y que constituye el núcleo de la primera parte de la recopilación.

La investigadora se pregunta si los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández representan una ruptura o una continuidad. Revisa entonces sus políticas hacia fuera y hacia adentro para concluir que, pese a medidas prometedoras, no se ha promovido una discusión acerca del modelo de «desarrollo», término cuyas «complejas dimensiones» -sociales, ambientales, económicas y tecnológicas- todavía no se han explorado.

Svampa no teme trabajar con la actualidad más inmediata. Sus análisis sobre las protestas de los ahorristas del «corralito», de los padres de Cromañón o del pueblo de Gualeguaychú abren posibilidades de examen que exceden la cátedra, como se pone de manifiesto también en su trabajo sobre la relación de las clases medias con los piqueteros o ante el conflicto con el campo.

En una tradición que empalma de manera magnífica con la de la intelectualidad latinoamericana, rigurosa y comprometida políticamente,Cambio de época traza posibles derroteros para orientar la discusión pública sobre conflictos clave del presente.